Las horas se deshicieron en risas.
Primero, cálidas y luego azules.
La ventana se abría a las nubes
y cada día era inacabable.
Por los minutos nos deslizamos,
desnudos de piel,
el alma abierta al suspiro y al miedo
de los que se saben humanos.
Pero no hubo sino besos y tinieblas de algodones
en medio de la nada más soleada.
Devoramos los segundos como gotas de miel.
Los tejados se cubrían de terciopelo
y el reloj se detuvo sólo
para que escucháramos
su silencio.
Nos dimos las manos,
el orgullo,
el aliento.
Todos nuestros recuerdos
volaron por la ventana.
Y nos bebimos el tiempo.