Un día, el árbol bostezó. Abrió su boca musgosa, y todo el bosque supo que deseaba morir.
Hablaron largo y tendido acerca de cómo ayudarle.
Un mirlo bailó en su rama durante la noche entera. Un gran sacrificio, porque los mirlos jamás se levantan antes de las siete.
Fue inútil. El árbol emitió otro bostezo, inundando el aire de aroma a moho y a libélulas dormidas.
Una liebre excavó en sus raíces y luego, ratones y culebras vertieron en el profundo hueco lágrimas y orín, una ofrenda irresistible. Como respuesta, el árbol dejó caer tres hojas arrugadas, que todos contemplaron con tristeza.
Entonces, después de varios días de viaje, un caracol se asomó al borde de la inmensa boca. Y sin decir nada, se lanzó al vacío.
En ese momento, el árbol abrió los ojos y dijo: he soñado que me tragaba una estrella.