No sé por qué no te esperé.
Había imaginado todo.
Tus ojos, las palabras que nos diríamos.
El olor de tu cuello, cuando te abrazara.
Sabía cuál sería el tono de tu voz,
el tacto de tu jersey azul
y el color de la vieja bufanda que compramos juntos.
Sabía que me dirías hola,
con una mirada suave, entornando las pestañas,
como si me vieras por primera vez.
Siempre por primera vez.
Me levanté y contemplé mis pasos,
alejándose del banco.
Nunca más por primera vez.
Porque los años están llenos de minutos,
que cuentan como soles.
Y los soles se deshacen cuando no los recuerdas.
Te regalo nuestro banco,
ahora que está lleno de nosotros.
Y de todas las veces que nos recogió,
humilde y amable.
Como tú.
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