esquinados

Teníamos una vida,

una esquina y dos relojes

que marcaban la hora con siete minutos de diferencia.

Ese fue siempre nuestro amado desajuste.

Tus segundos y los míos se desencontraban

cada día, en la misma esquina.

Y tu sombra se cruzaba con la mía cuando llegabas.

Yo me alejaba, camino de la casa

donde jamás nos encontrábamos.

Tu acariciabas la piel que me dejaba colgada en el armario

y me ponía, al día siguiente,

repleta de besos.

Yo te planchaba las camisas

con la mirada perdida,

preguntándome a quien pertenecían.

Jugamos a ser una pareja

sin saber que teníamos aún

los nombres por estrenar

Y la vida todavía no nos había encontrado.

 

sin título

No hay titulo para la soledad.

Ni hay soledad que no desee llevar un nombre que la acaricie.

Un nombre que no será el mío, ni el tuyo.

La soledad se merece otro,

no fuimos capaces de convertirla en algo diferente.

Crecimos solos, junto a ella,

un trío de amorosos solitarios,

que se rozaban una y otra vez,

sin darle cuerpo a la idea,

ni ideas capaces de reencontrarse en el cuerpo.

Soledad se irguió única entre nosotros.

Hermosa, eterna e innombrable.

Porque hay nombres que nos pueden

y no nos atrevemos apenas ni a escribirlos.

 

 

la primera mañana

La primera mañana después de no verte,

fue increíblemente igual a las otras.

Salió el sol. Y me alumbró,

de la misma forma que lo había hecho hasta ahora.

Cerré los ojos.

No se porqué, ya no estabas.

El sol me calentó los párpados.

Como siempre.

dos

Conviérteme, amor, en otra,

una que no te conozca,

una que no te recuerde.

Ámame, amor, como a otra,

pues no se quién soy,

ni de quién.

He olvidado tus labios, tu tacto.

He olvidado tu nombre y el mío.

Ya no quiero ser yo,

para que tus dedos me descubran de nuevo.

Ámame amor, otra vez.

Y recuerda lo que ya no somos,

lo que nunca fuimos.

preguntas

Un soneto es la mejor medicina para vencer los miedos de lanzarme a publicar este blog. Allá va.

¿Con qué voy a llenar las cavidades

que resuenan vacías en mi alma?

¿De dónde brotará la piel que calma

el fuego que no arde en mis ciudades?

¿Quién dará la señal? ¿Qué enfermedades

me quemarán de fiebre?¿Cuántas camas

soñarán que me acunan con sus llamas?

Nadie sabe de hielo ni de tardes

donde el delirio cálido no asoma.

Quiero probar la savia de otros labios,

quebrarme entre sollozos que alguien doma,

beber mi propia sangre de paloma

herida ya en el cielo por un sabio

amor que nada sabe y todo toma.