Teníamos una vida,
una esquina y dos relojes
que marcaban la hora con siete minutos de diferencia.
Ese fue siempre nuestro amado desajuste.
Tus segundos y los míos se desencontraban
cada día, en la misma esquina.
Y tu sombra se cruzaba con la mía cuando llegabas.
Yo me alejaba, camino de la casa
donde jamás nos encontrábamos.
Tu acariciabas la piel que me dejaba colgada en el armario
y me ponía, al día siguiente,
repleta de besos.
Yo te planchaba las camisas
con la mirada perdida,
preguntándome a quien pertenecían.
Jugamos a ser una pareja
sin saber que teníamos aún
los nombres por estrenar
Y la vida todavía no nos había encontrado.